sábado, 10 de abril de 2010

Elegía (D. Rodríguez)

Temblando está mi humor oscilando entre las propuestas del olvido.
Fría mañana que retumba mi cansancio cuando despierto preguntando por qué me tocó ser yo.
Renegado esta mi pecho; mi mirada como en búsqueda de promesas echadas al aire, y no encuentro las razones que hacen florecer cada una de las partes de esta congoja.
Tantos nombres de frustración he coleccionado en mis edades.
Cuando mi padre me dijo que todo estaría bien, me vi en lo imposible, olvidando que mi conciencia es una coladera.
Ser feliz no es la superficie adornada de sueños pintados. Soy sólo yo.
Tengo unos ojos amargos sin voltear a los árboles más inquebrantables, que tienen humedecidos sus contornos, negados al desastre.
Las orillas de mi juventud se fugan, tal vez, en la agonía de no saber sonreír un mañana más.
Mi pensamiento ególatra apaga la luciérnaga.
Me visto a oscuras, me visto a tientas.
Palabras secas que ya no quieren llorar.
Creo que he derrumbado una mitad de mi egoísmo, y no quedan restos de mi elocuencia.
La gente que me habla no son más que paredes donde pretendo leer las respuestas que me asombran.
Se que es absurdo seguir así, pero ¿quién soy yo para pelear contra las confusiones?
La noche me ahoga y es hora de pensar.
Que descanse mi cuerpo y mi sombra cuando se inclinen mis pestañas.
Postrado mi cuerpo ermitaño, suplico al tiempo que lo que haga quedar en blanco para así, volverse a levantar.

28/enero/10

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